sábado, 21 de agosto de 2010

Otro cisne negro

“El esquema de financiación se convierte cada vez más en un puro esquema piramidal: se necesita cada vez más deuda sólo para mantenerse en el mismo lugar. Y lo que acabó con Madoff es lo que va a acabar con los Estados Unidos” Nassim Taleb.
Dos cosas se imponen: explicar quién es Nassim Taleb y recordar a Bernard Madoff. Nassim Taleb es el autor del libro “El cisne negro”, que anticipó la crisis financiera de 2008. Y es la misma persona que hoy recomienda vender los bonos del Tesoro de los Estados Unidos porque, según él, se espera un colapso de la deuda pública. De acuerdo con Taleb, la raíz de la crisis del último par de años es la deuda, no la recesión: es un pasivo que “se ha extendido como un cáncer”.

El profesor de la Universidad de Nueva York aseguró que la situación económica es, hoy, drásticamente peor a lo que era hace un par de años; y afirmó que el euro está condenado. Hace dos años “teníamos menos deuda y más gente empleada. Hoy tenemos más riesgo en el sistema y una base impositiva menor”, declaró a la prensa americana. 
Según Taleb, de las fuentes de fragilidad que se detectan actualmente en las economías del Primer Mundo, la más peligrosa y extendida es el déficit público. Eso sí, el hecho de que los déficit puedan convertirse en un “cisne negro” -un evento que, pese a parecer imposible o impensable, acaba produciéndose- no quiere decir que finalmente lo hagan. Y lo que tenemos esta vez como ventaja, es que estamos advertidos de que lo impensable puede suceder. 
Y aquí es cuando la mayoría recordamos a Berni Madoff. Pero no vendrá mal refrescar la memoria para entender los riesgos a los que, como dice Taleb, nos estamos enfrentando. 
La vida del hoy convicto financista parecía la encarnación del sueño americano: es la historia de un joven nacido en el barrio pobre de Queens, salido de la nada, que fue profesor de natación en Long Island antes de crear su propia empresa a los 22 años, con sólo 5.000 dólares en el bolsillo. Un esposo fiel, se mostraba inseparable de su mujer Ruth, a quien conoció en el colegio. En su negocio familiar, además de a su esposa, le daba empleo a su hermano, a sus dos hijos y a su sobrina. 
Después de casi medio siglo de esfuerzos, logró estar a la cabeza de un pequeño imperio y en la cima de la respetabilidad financiera. Madoff llegó a presidir, desde 1990 a 1993, nada menos que el Nasdaq, la Bolsa de valores tecnológicos. Y formó parte de todas las asociaciones y organizaciones profesionales importantes, como por ejemplo la Securities Industry Association, el lobby de los intereses bursátiles, actuando sin descanso por la democratización y la modernización del mercado.
Era un hombre fuera de toda sospecha. Creó una imagen de campeón de las preocupaciones éticas, de la protección de los pequeños inversores y de la necesidad de bajar el costo de las colocaciones financieras. Fuera de los círculos financieros era conocido, sobre todo, como un filántropo que sabía mostrarse generoso con las grandes causas humanitarias. Formó parte de consejos de administración de muy prestigiosas organizaciones caritativas y culturales
Por todo lo expuesto, nadie podía creer lo que escuchaba ese 11 de diciembre de 2008, cuando el empresario confesó no haber invertido nunca un centavo de las sumas que le habían sido confiadas a su sociedad Bernard L. Madoff Investment Securities (BMIS). Según los documentos del tribunal, sólo un día antes les habría revelado a su mujer, su hermano y sus dos hijos que su compañía de inversión no era otra cosa que un Juego de Ponzi. “He perdido 50.000 millones de dólares. Todo era solamente un enorme fraude”. 
¿Qué es un Juego de Ponzi? Una de las formas más rudimentarias de fraude financiero, que ya nadie creía posible de realizar en el mismo corazón del sistema económico mundial. Los promotores de este tipo de operaciones no se recargan con inversiones, se contentan con quitarle la plata a los depositantes de sus fondos con las promesas de inversiones que ofrecen ganancias seguras. Y utilizan las sumas aportadas por los últimos inversores para pagarle a los anteriores, quedándose con lo que sobra.
Habitualmente era algo que hacían embaucadores surgidos no se sabe bien de dónde y que, a fuerza de promesas, desvalijaban de sus ahorros a clientes muy crédulos. Pero esas pirámides se derrumbaban bastante rápido, porque cuanto más se agranda una cadena, más importantes son las sumas que se necesitan para cubrir a los primeros inversores; los crédulos en algún momento se terminaban y el fraude era desenmascarado.
Por eso lo extraordinario de Madoff. Su pirámide duró décadas. Las cadenas de Ponzi requieren de buenas relaciones, y él las tenía o las sabía conseguir. Las relaciones prosperan regularmente en el seno de algunas comunidades étnicas, religiosas o geográficas conocidas como “grupos de afinidad”. Así ocurrió al principio, cuando Madoff comenzó a trabajar con su propio entorno: la comunidad judía de Nueva York. La cadena se extendió después a las poderosos comunidades judías de Palm Beach en Florida y la de la ciudad de Boston. 
Y tenía una manera muy simple de hacerlos caer: la exclusividad. Simplemente, se hacía rogar. Sus terrenos de caza eran los country clubs y los clubs de golf más selectos del mundo, donde hacía saber a las posibles víctimas que los fondos Madoff eran cerrados y no admitían nuevos inversores. Algunos días más tarde, la gente que trabajaba para él le mostraba a las próximas víctimas una vaga posibilidad de admisión; incluso se arreglaba un encuentro con Madoff en persona, al mismo tiempo que insistían en el hecho de que nada estaba totalmente decidido. 
El financista se mostraba primero muy exigente, antes de consentir en dar un lugar al nuevo inversor. Encantado de pertenecer a ese club tan selecto, el cliente bajaba la guardia y no se animaba a realizar muchas preguntas, aceptando la condición indispensable bajo pena de quedar automáticamente excluido: no decirle nada a nadie. 
Pero la permanencia del sistema Madoff se explica más que nada porque logró una gran extensión geográfica. Y sobre todo, por el recurso sistemático: además de los cazadores de clientes, contó con una red planetaria de fondos alimentadores y de grandes bancos que prometían inversiones muy lucrativas, pero en general sin hacer referencia a Madoff. Numerosos bancos comercializaban colocaciones invertidas mayoritariamente o en su totalidad en su empresa. Por dar sólo algunos ejemplos: el Banco Santander, 2.870 millones de dólares, Bank Medici 2.100 millones, Fortis 1.350 millones, HSBC 1.000 millones, Unión Bancaria Privada 700 millones, el Royal Bank of Scotland 493 millones.  
Como aseguró el juez Denny Chin al anunciar su veredicto, el estafador no reveló prácticamente nada sobre su maquinación. Sigue sin conocerse cuándo ni por qué montó su gigantesca operación. El 12 de marzo de 2009, Madoff se declaró culpable de once delitos, entre los cuales figuraban fraude, perjurio, blanqueo de dinero y robo. El 29 de junio, a los 71 años, fue condenado a la pena máxima prevista por la ley: ciento cincuenta años de prisión. 
Cuando Taleb afirma que el actual sistema de financiación es similar al “esquema Madoff”, es para preocuparse. “Los Estados actuales necesitan encontrar primos o amigos  que les dejen el dinero todo el tiempo. Desgraciadamente, el mundo se está quedando sin primos", concluyó.


Madoff modelo 1873


Les recomiendo un libro: “Nueva historia de las grandes crisis financieras” de Carlos Marichal, editorial Debate. Vale la pena. Allí encontramos a un estafador al mejor estilo Madoff, pero a fines del siglo XIX. 
El New York Times desplegó en su portada del domingo 21 de septiembre de 1873 la histeria con que los agentes de Wall Street corrían a deshacerse de las acciones, sobre todo de las empresas de ferrocarriles del banquero y gran especulador Jay Gould. Dentro del diario, otra nota informaba sobre el intento de suicidio de un broker arrojándose al East River el sábado por la tarde. La desconfianza se había descarrilado el viernes.
El pánico bursátil contrajo el crédito y llevó a doce países a la suspensión de pagos
Ese domingo, el presidente Ulysses S. Grant llegaba a la ciudad para reunirse con el secretario del Tesoro y los más grandes banqueros. El lunes, el Gobierno depositó fondos en los principales bancos de la ciudad para evitar un pánico bancario generalizado. Aun así, Estados Unidos sufrió una larga recesión.
Bienvenidos a 1873, la primera gran crisis financiera del capitalismo globalizado. 
Esta vez era Nueva York la que se resfriaba. El estornudo se había oído en la capital del entonces Imperio Austrohúngaro, Viena. Luego golpearía con fuerza a Latinoamérica y Medio Oriente, donde doce países suspendieron el pago de su deuda.
Aquella crisis tuvo también su Madoff. El delincuente que explotaba la gran ilusión: ganar mucho dinero en poco tiempo. En 1870, Honduras, uno de los países más pobres de Centroamérica, obtuvo un préstamo extraordinario de una entidad londinense. Las principales entidades financieras contrataron a un especulador profesional para colocar los bonos.
Charles Lefebvre creó un mercado artificial para los bonos hondureños gracias a los agentes contratados, entre 50 y 100, y colocó gran parte de ellos a un 13% de interés. Lefebvre reservó 4.000 libras de sus ganancias para el diamante que le regaló a la mujer del embajador y otras 10.000 para el presidente hondureño, José María Medina. La historia se repite una y otra vez.

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